El mundo del equilibrio 2
Capítulo 7
Un segundo y misterioso sueño
La espada estaba frente a mis ojos, estos eran hombres les
importaban mi vida menos de los que les importaba el infernal calor que nos
agobiaba a todos, algunos de ellos terminaban de quitarles la vidas a mis
hermanos agonizantes que aun trataban a toda costa de seguir viviendo, sentía
un gran dolor al escuchar sus gritos agonizantes, sentía desesperación escuchar
como los decapitaban sin el menor remordimiento y eso esperaba que hicieran
conmigo, esperaba mi turno mientras sudaba frías gotas, y mientras seguía
escuchando gritos sentía el olor de
carne quemada porque también lo quemaban vivos, empecé a rezar, escuchaba todos
sus gritos en el fondo de mi alma, aunque no los veía pues solo observaba el
brillar del sol que se reflejaba en el filo del arma que estaba a pocos
centímetros de mis ojos y cuando por fin la vida de todos aquellos hermanos de
armas se habían extinguido para siempre me rodearon, cerré mis ojos rezando
porque esto nunca pasara, esperando que todo volviera a ser como antes, pero,
sabía que esto no iba pasar, este hombre alzo mi rostro con la punta de la hoja
y se quedó mirándome a los ojos.
-a ti te dejaremos la peor muerte, agonizar para que sientas el sufrimiento que vive nuestro
pueblo gracias a ustedes además de morir sin una gota de honor. Dijo
Con esto me escupió la cara, y envaino su arma, todos me dieron la espalda y vi cómo se
montaban en sus camellos y desaparecían en el horizonte ondulante producido por
el calor devastador que se hacía sentir,
la cota de malla se sentía más pesada que nunca y la cruz roja que
estaba en mi pecho estaba manchada tanto por la sangre de aquellos hombres que
les di muerte antes de que ellos no ganaran en número y de la es mis semejantes,
no quería matar pero no tenía otra opción, decían que yo era uno de los más
inocentes de la infantería y me daba terror la idea de quitarle la vida a
alguien pero en ese momento era eso o la muerte.
Camine desorientado, el mundo era borroso, el calor me
agobiaba y quitaba fuerzas poco a poco, recordé al hermano más joven, al que
más quería entre todos, él se la pasaba escribiendo en el comedor, y camine con
la poca fuerza que me quedaba hacia ese sitio, me quite la cota de malla para
sentirme más ligero pero me deje la túnica blanca con el emblema de la
hermandad, camine entre cuerpos cubiertos por moscas, y entre el mar de sangre
que cubría el suelo y todas las paredes, cuando por fin llegue al comedor,
estaba el sentado en la silla donde se quedaba todos los días a escribir, su
propia espada le atravesaba el pecho, pero aún tenía la pluma entre sus dedos.
Me acerque a él y caí llorando arrodillado en el suelo, llore como un bebe al ver su rostro parcialmente cubierto por su
sangre, y con la mirada fija al libro donde escribía; Agarre este libro y
comencé a leer.
“no sé cuando llegaron, pero se cuáles son sus intenciones,
existen millones de personas y millones de destinos para ellas, cada uno marco
su futuro y el mío fue en este momento escribir lo que podía escuchar, se
hacían sentir el choque de espadas, los gritos de guerra, las suplicas de vida
y yo, apenas estoy aprendiendo a usar el arma que me acompañara el resto de mi
vida, decían que vendría aquí para cumplir el designio de dios pero… ¿Cuál es
ese designio? Solo escuche que llegaría a la gloria por luchar por nuestra
iglesia, mas ¿Qué gloria se consigue en esta tierra desolada?, ninguna ¿qué
honor hay en la guerra? No existe ese honor, en la guerra no hay honor, solo
vives para ver el próximo amanecer o mueres para nunca más sentir dolor, por
esto no quiero combatir, no quiero escucha la sangre chocar contra las paredes
y el piso pero no existe otra opción,
siempre quise ser un escritor y al menos
sé que moriré haciendo lo que más amo, pero no me arrepiento de haber
venido, conocí muchas buenas personas, y será un honor morir junto a ellos pues
son lo mejor que me ha pasado; ahora escucho como se acercan poco a poco al
comedor, escucho las pisadas de ese hombre que me despedirá de esta existencia,
le voy a dar mi espada pues mi último deseo es morir con ella y justo a esta
pluma, sé que si no es de esta forma mi cadáver será consumido lejos de mi arma
y bueno si lees esto es porque ya…”
Mis lágrimas caían en el papel que humedecían varias gotas
de sangre que manchaban el escrito, volví a ver su rostro sin vida y se veía
feliz, pero no entendía esa falsa sonrisa que mostraba su pálido rostro ,
¿Dónde hay felicidad en la muerte? No lo sabía pero él ya lo habría conseguido.
En la parte más alta del libro, la fecha era el 24 de marzo de 1124 después de
cristo, cerré el libro y me dispuse a salir de esta fortaleza en medio de la
nada.
En el horizonte solo había arena y más arena, la brisa la
movía creando nubes de polvo, agarre algo de agua y decidí morir como esos
hombres quería que muriera, era una muerte más digna que quedarme y pudrirme en
la vergüenza de quedar vivo como un cobarde, el sol y la luna recorrían el
cielo el tiempo que estuve agonizantemente caminando en el desierto.
- la vida era demasiado grande para mí, la muerte el sendero
que pronto caminare.
Decía estas palabras una y otra vez sin descanso, en el
horizonte veía los verdes campos de mi país natal… Francia y extendía mis
brazos para buscar esas memorias de mejores tiempos, mi niñez cruzo en el cálido horizonte como un
espejismo, mis padres y mi familia… todos los veía junto a mí pero todo se
desvanecía con cada pestañeo de mis ojos hasta que por fin… caí en la arena, de
esta forma extendí mis brazos estirándome, tratando de seguir el camino de mi
muerte con mis brazos, agarraba la arena con odio y así el sol carcomía mi
piel, sentía que estaba en el infierno del que tanto leí en el libro sagrado,
pero eso ya no me importaba, el sol estaba hay como un demonio torturándome,
estaba deshidratado en el borde de la vida y la muerte, y acepte morir cuando
me quede acostado viendo hacia el sol, mis ojos se quemaban pero el dolor era
lo que menos me importaba, quería morir pero algo no dejaba que muriera, quería
dejar de respirar pero algo me daba aliento, no entendí que cosa era.
Después de pasar todo un día viendo el inclemente sol este
por fin se ocultó en el horizonte, del cielo aparecían una a una las estrellas,
y la hermosa luna con su delicada luz fue reconfortando mi moribundo cuerpo.
-Abandonadlo todo.
Escuche.
No sabía si estaba alucinando pero no me importaba, conté
una a una todas las estrellas que
aparecían una a una en el cielo, y les sonreía.
-Dejad de creer vuestro
dios y os daré la oportunidad de
vivir lo que él te está quitando. Volvía a escuchar sutilmente con mis oídos.
Sabía que era el demonio hablándome pero… mi mente dejo de
creer en dios hace mucho pero mi boca
jamás lo acepto.
-eres solo el diablo seduciéndome, y sé que no me dejaras
morir hasta que lo acepte pero jamás ¡jamás! Lo diré. Dije agonizando.
-¿y quién os dijo que yo soy el diablo? Yo no tengo nombre,
te voy a dar la oportunidad de saber lo que muy pocos saben pero os dejare
tranquilo, dejad que este cielo estrellado os muestre la verdad que no queréis aceptar.
No volví a escuchar su melodiosa voz, solo me quede mirando
a la luna y contando las estrellas, ahora sentía la muerte acercarse más de lo
que la había sentido en mi existencia,
mi dios me había abandonado, y en realidad, de cierta forma en su juicio
eterno el no solo me abandono a mi ni a todos mis difuntos hermanos.
-no tengo tiempo, o decidís ahora o te dejare morir como esos sarracenos querían
que murieras… sin gota de honor en vuestra alma, dijo con gran sarcasmo.
El dolor era demasiado grande pero esta voz sabia de mis
deseos de vivir, era el deseo más grande que podía experimentar ahora que esto
en el borde del abismo de la muerte.
-muéstrate primero así sabré si eres solo parte de mi
imaginación pues esta luna me demostró que ni dios ni el diablo existen. Dije
susurrando.
-¿y quién te ha confirmado que ellos son o no son reales?
Pues bien… acepto te mostrare quien soy.
Sentí un hombre caminar hacia mí con lentos y desesperantes
pasos, él se agacho a mi izquierda y
lentamente con las ultimas fuerzas que tenía le mire el rostro, sus
cabellos eran tal largos que los podía
sentir rozar mi rostro, sus ojos eran como ver el infierno y el cielo al mismo
tiempo, tenía colmillos y una sonrisa inquietante. Él se acercó y lamio lo que
quedaba de sangre en mi rostro. Extrañamente no sentía miedo pero lo odie, lo
die como nunca odia algo, su rostro ocultaba la luna que estaba en el horizonte
y se apartó dejándome verla, la vi con un odio infernal pero la luna me mostro
la sonrisa de todos los que fueron importantes para mí, ahora todo se hacía
oscuro, la muerte me abrazaba cuando luche por vivir.
-¡Odia al mundo pero ama la vida! Escuche en la eterna
penumbra que me rodeaba y lo hice lo hice con todo mi ser y con toda mi alma
cuando por fin toda esta oscuridad se hizo luz.